Mozart fue en el último periodo de su vida un pionero en redefinir las relaciones entre el artista y la sociedad. Su ruptura con el sometimiento a los caprichos de los mecenas supuso el primer paso hacia una independencia de los músicos cimentada en las buenas relaciones con la burguesía urbana. Sin embargo, su carácter derrochador, sus excentricidades y la susceptibilidad de un público poco acostumbrado a las audacias le robaron el unánime reconocimiento que merecía. Durante el siglo largo siguiente, capitalismo y arte se aliaron y permitieron a otros alcanzar la plenitud en todos los aspectos.
Tendríamos que preguntarnos si hoy día el márketing no habrá desequilibrado definitivamente la balanza. Lo más sencillo sería rendirse a la nostalgia y hacer oídos sordos. Ahora bien, clama al cielo que un cantante pop de cuestionable talento como Billy Joel tenga a su disposición para publicar una serie de obras seudoclásicas medios con los que Ligeti no podría ni soñar.
¿Que quién es Ligeti? Ésa es otra cuestión. Existe un abismo perceptivo entre los críticos especializados y los aficionados a la música que no sólo afecta a sesudos hacedores de partituras atonales. Resulta comprensible que dichos experimentos, necesarios para abrir horizontes, no atraigan a profanos, pero entre ellos y las listas de éxitos se sitúan tendencias desconocidas y aprovechables: desde el minimalismo, todo un hallazgo, hasta las proposiciones de los músicos más creativos que se mueven en el extenso ámbito de lo popular.
Por supuesto que a nadie le gustaría ser considerado el nuevo Mozart. Pero es que Mozart no fue el nuevo Bach, ni Bach el nuevo Palestrina. Cada sociedad mantiene con sus talentos una simbiosis llena de admiración y vértigo; no se sabe muy bien lo que ha ocurrido con la nuestra de un tiempo para acá. En todo caso, la cultura no debería limitarse a rendir pleitesía ante un canon inamovible.
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Linda Perhacs - "Sandy Goes"
Linda Perhacs - "Sandy Goes"
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