Más tarde llegarían los Ramones, Wire, y Hüsker Dü (New Day Raising tampoco me convenció, pero Zen Arcade ha sido uno de mis discos favoritos desde que me lo prestaron, junto al Larks' Tongues In Aspic de King Crimson).
Esto me lleva a uno de los últimos exponentes del género que he escuchado. Se titula, parafraseando al músico de jazz Ornette Colemann, The Shape Of Punk To Come (1998). Es el tercer álbum de la banda sueca Refused, e intenta justamente eso, añadir algo nuevo a un panorama muy trillado.
La renovación propuesta por estos chicos tiene su más claro precedente en la banda de Washington de principios de los noventa Nation Of Ulysses, y pasa por incluir interludios de jazz, música electrónica y clásica. La cosa tiene su gracia (al final de la primera canción, un DJ italiano introduce emocionado un remix tecno del tema "Refused Party Program"), pero el núcleo de este álbum es pura furia, a poca distancia de grupos actuales de hardcore extremo como Dillinger Escape Plan o los Blood Brothers. El cantante utiliza el mismo tono incendiario, que más que un grito, es un gruñido amplificado y casi ininteligible que sale de lo más profundo de la garganta.
¿Veredicto? La aparente fusión revolucionaria que proponen Refused no es tal, sino mera yuxtaposición. Es decir, los elementos ajenos al punk monocromo y ensordecedor que constituye la esencia del grupo sirven poco menos que de adorno. De todas formas, le quitan algo de hierro al asunto, y la ambición y amplitud de miras presentes en esta grabación me parecen merecedoras de aplauso. Buen trabajo.Más información:
- Refused Are Fucking Dead - Sitio oficial

Lisa ha sido una artista tardía, aunque he oído que hacía música ya de niña. Debutó en solitario con más de treinta años a comienzos de los noventa, después de haber trabajado en la banda del imitador de Bruce Springsteen por excelencia (sólo que aún peor), John Mellencamp. Menos mal que ella nunca volvió por tales derroteros. No, el estilo de Lisa Germano se caracteriza ante todo por la claridad melódica de sus canciones y los inusuales arreglos, foco de la mayor parte de la tensión. Dicho de otra manera, le gusta sabotear sus melodías, a menudo tan sencillas como bellas, envolviéndolas en extrañas combinaciones de instrumentos. Ella toca el violín, la guitarra y el piano, pero en sus discos, a menudo fruto de colaboraciones con unos pocos intérpretes escogidos, también pueden escucharse cajas de ritmos, oboes, maullidos de gato, llamadas telefónicas, casi cualquier cosa.
¿Qué lugar ocupa entonces esta muchacha perpetua de Indiana en el panteón de las cantautoras de los noventa? Digamos que tiene algo de la audacia compositiva de la mejor Tori Amos, aunque empleada con mayor sutileza, del gusto por las atmósferas etéreas de Sarah McLachlan y del infantilismo bien entendido de Björk, si bien como cantantes ambas no podrían diferir más. Y por encima de cualquier comparación, Lisa Germano lleva quince años haciendo música a su manera, sin apenas ruido. No siempre ha podido vivir de ello (su trabajo en una librería le ha ayudado a pagar algunas facturas), pero a mí personalmente me ha hecho un poco más feliz.