sábado, 10 de diciembre de 2005

Diálogos con la trucha enmascarada

¿Mande?Trout Mask Replica (Captain Beefheart & The Magic Band, 1969) es un disco, cuanto menos, pintoresco. Yo lo escucho de pascuas a ramos y, desde luego, no por placer. Cualquiera que disfrute con esa mezcla caótica de blues primigenio, free jazz y rock, una de dos, o ha trepado a un escalón superior de la percepción, o está algo tocado del ala. Sin embargo, tiene su utilidad: para mí es una especie de purgante. Ya se sabe, a veces lo abrasivo es lo que mejor corroe la mugre.

Pero hay más. Al contrario que tantísimas obras vanguardistas de los últimos cien años, Trout Mask Replica rebosa humanidad. El disco no suena así porque sí. Refleja la pérdida de los vínculos del hombre con la naturaleza que le rodea. Me explico. ¿No es el blues la música rural por excelencia en los Estados Unidos? Ni siquiera el country tiene una textura tan terrosa. Pasemos, pues, por la batidora el blues, y añadamos todo tipo de elementos sonoros propios a la esquizofrenia de la gran urbe (guitarras eléctricas, invertebrados solos de saxo), y a ver qué pasa.

Ni que decir tiene que el buen capitán (nombre de nacimiento: Don Van Vliet) llevó a cabo esta operación deformante de forma totalmente intuitiva. Sólo así pudo evitar caer en la pedantería más absoluta. Lo que se le escapa a mucha gente es que lo interesante de Trout Mask Replica no son las circunstancias casi míticas de su gestación (que si Beefheart compuso todas las canciones en una única sesión al piano de ocho horas, que si tardó meses en enseñárselas a la Magic Band, que si se negaba a llevar auriculares al grabar sus partes). Eso son simples anécdotas, aunque suelan ser esgrimidas por los defensores del álbum para probar que no, no son cinco tíos que se juntan y tocan lo primero que les sale. De acuerdo. No tengo la menor duda de que Trout Mask Replica puede clasificarse como música, incluso según los criterios más estrictos. Otra cuestión es que no suene bien, pero, ¿por qué habría de hacerlo?

El interés, para mí, tampoco radica en descubrir tras el shock inicial una música regida por su propia lógica, al margen de convenciones, sino en que esa música está al servicio de un alegato conmovedor, divertido e irritante a partes iguales, que habla de abandonar este mundo de ceños fruncidos en el que nos hemos encerrado, dejar de matarnos unos a otros, y volver a la vida salvaje, a las tradiciones ancestrales, a ser felices. Cuando lo digo yo suena cursi, pero no cuando lo hace el capitán: en parte porque su voz es la de un cantante de blues que ha perdido el juicio, en parte porque emplea todo un arsenal de recursos poéticos surrealistas, que dan más fuerza al mensaje en vez de oscurecerlo. E incluso en su desesperación, Van Vliet conserva la mirada inocente de un niño, y se ríe de sí mismo dando lugar a momentos de excéntrica euforia.

De modo que eso es en mi opinión Trout Mask Replica: una obra disonante e inaccesible, pero no del todo carente de justificación. No se trata del mejor disco de rock de la historia, ni guarda secretos indescifrables, pero tampoco lo considero una ruidosa burla o un acertijo sin solución. Captain Beefheart tenía algo que contarnos, y en estos tiempos de cambio climático y revisión a la baja del protocolo de Kioto, no estaría de más prestar un poco de atención. Lo digo medio en serio.

Estoy escuchando:
Julian Cope - "Hanging Out & Hung Up On The Line"

1 comentario:

Anónimo dijo...

Trout Mask Replica es un discazo.