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Ante todo, fue aquella melodía, que, día tras día, seguía atascada en su cerebelo, lo que le llevó a la locura
Después de haber pregonado a los cuatro vientos la buena nueva de la llegada de otra obra maestra a cargo de los inclasificables Sparks (en un artículo que recomiendo como introducción a este comentario), pensaba que me tocaría ahora desinflar un poco el globo.
Y es que en las primeras escuchas Hello Young Lovers no acabó por seducirme del todo. Me encontré con un disco mucho menos rítmico que Lil' Beethoven (2002), y parecía que hasta aburrido. Me equivoqué.
¿Dónde está el truco? En encontrar nuevos matices dentro de una fórmula original y sorprendente, pero algo limitada. Con Lil' Beethoven, Sparks se colocaron a la vanguardia de los intentos por acercar los principios del minimalismo a la música pop. Esto quiere decir que las canciones no se regían por una tradicional estructura de estrofa-estribillo-puente, sino que surgían de la sucesión y combinación de una serie de breves frases musicales. Más o menos lo que los Talking Heads hicieron en algunos temas de Remain In Light, sólo que con una orquesta de fondo en vez de sonidos de electrónica funky.
El minimalismo es una corriente de la música clásica contemporánea bastante alejada del extremismo atonal que aqueja a gran parte del género, y tiene en Philip Glass a su representante más famoso. Sufjan Stevens es otro artista actual que, al igual que Sparks, bebe de esta tendencia con un éxito considerable, aunque partiendo del folk.

Los hermanos Mael, en cambio, son un grupo marcadamente pop, y no renuncian a las melodías con gancho. Con la particularidad de que las superponen hasta el infinito en una espiral de voces que da un poco de vértigo. En eso recuerdan a Queen, pero por algo Sparks sacaban ya discos cuando Brian May aún estaba fabricando su guitarra en el taller de su padre.
Hello Young Lovers forma un ciclo de canciones que examinan las relaciones amorosas desde ángulos insospechados: "(Baby, Baby) Can I Invade Your Country" equipara el acto de la seducción con las agresiones militares entre países, en "Here Kitty" un gato subido a un árbol se convierte en la excusa perfecta para ligar con un bombero, etc.
"There's No Such Thing As Aliens" es el único tema que se salta el guión, pero actúa como breve interludio antes de la desconcertante "As I Sit Down To Play The Organ At The Notre Dame Cathedral". Aquí Sparks tiran la casa por la ventana. Sus siete minutos son una densa masa de saltos bruscos acompañados, no podía ser de otra manera, de un sonido de órgano de iglesia a cargo de Ron, que retoma así la admiración por Bach de la cual ya dio muestras en la introducción de "This Town Ain't Big Enough For Both Of Us", allá por 1974. El resultado, como podrán imaginarse, oscila entre lo genial y lo irritante.
Sin embargo, el resto del disco es bastante más accesible: "Perfume" (que se ha colado en la lista de éxitos británica), "Waterproof" y "Metaphor" son canciones compactas y simpáticas que explotan con sutileza la vena misógina que a menudo subyace en las letras de Sparks. Si se escuchan por separado, quizá no den la medida de la ambición que Hello Young Lovers oculta bajo una ironía marca de la casa. Y es que este nuevo trabajo de los Mael les seguirá sonando a algunos una broma graciosilla pero irrelevante (los mismos que se arrastran ante el altar del último alma atormentada sin nada que decir), pero los reafirma en su posición de outsiders más interesantes de la música pop del siglo XXI.
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Al final de la actuación, Arístides tuvo la amabilidad de contestarme a unas pocas preguntas:
El álbum en cuestión, Eskimo (1979), es una recreación ficticia de la música del pueblo esquimal. Se trata de una serie de paisajes sonoros que representan historias sobre cazadores de morsas y ritos ancestrales. Y esa no es ni de lejos la idea más descabellada que han tenido: la discografía de los Residents está plagada de experimentos como The Commercial Album (1980), que incluye cuarenta canciones de un minuto cada una, o The Third Reich & Roll (1976), una colección de desfiguradas versiones de clásicos de los sesenta. Me preocupan los efectos que su exposición a los medios de comunicación masivos podría tener sobre la población española.
Había una vez, allá por 1977, cuatro estudiantes de la universidad inglesa de Leeds a los que les atraían por igual las teorías neomarxistas, el punk y el funk. Animados por el espíritu de la época, que no era otro que el de "hazlo tú mismo", formaron un grupo. Su música mezclaba guitarras ásperas y ritmos bailables. Después de un impresionante disco de debut como fue Entertainment! (1979), empezaron a perder fuelle. Se separaron en 1984. Y se llamaban The Gang Of Four.
Chan Marshall es una cantautora que bajo el seudónimo de Cat Power ha roto moldes con discazos como What Would The Community Think (1996) o You Are Free (2003), auténticos catálogos de impresiones perturbadas. Para grabar The Greatest (2006) se ha ido a Memphis, y le ha salido un disco de soul muy cálido, pero un poco soso: el punto fuerte de Chan no son las melodías bonitas, y su voz no se presta a esta clase de arreglos inmaculados, con violines y todo. "Hate", un tema que grabó ella sola en el estudio con su guitarra, captura mejor la esencia de su música que ningún otro. The Greatest se escucha con agrado pero, ¿dónde fue a parar la tensión, la mala leche? Pues eso, que la gata se ha limado las uñas y no ha ganado con el cambio.
A Calexico les ha venido a pasar tres cuartos de lo mismo. Son uno de mis grupos favoritos, y por algún misterio su sorprendente adaptación de los sonidos mexicanos y las bandas sonoras de Ennio Morricone nunca suena anticuada. Joey Burns y John Convertino eran la sección rítmica (bajista y batería, respectivamente) de Giant Sand. En la segunda mitad de los noventa decidieron probar suerte y ocupar sus ratos libres grabando algunas canciones. Actualmente, Calexico es un proyecto que les exige dedicación completa, aunque todavía trabajan de vez en cuando con Howe Gelb, líder de Giant Sand.
El marco jurídico en que operan las netlabels es el de la licencia Creative Commons, una alternativa a las tradicionales leyes de propiedad intelectual diseñada por el letrado estadounidense Lawrence Lessing. Su origen radica en el software libre, pero las condiciones se adaptan también a toda clase de productos culturales. En el caso de la música, se suele permitir la distribución siempre que se respete la autoría. Hay que decir que no todos están a favor de este sistema: algunos consideran que lo que se da gratis no debería estar sometido a ningún tipo de licencia. En fin, que el debate acaba de empezar, como quien dice.
El resultado es un carrusel lisérgico en 12 cortes o, si se quiere, una síntesis algo extraña que bebe de elementos tan dispares como la psicodelia, la música disco o el exotismo propuesto por Esquivel y Joe Meek. Eso sí, la positiva impresión general se diluye un tanto con el examen detallado: no hay aquí ninguna canción tan grandiosa como "Race For The Price" o "Do You Realize". Con todo, At War With The Mystics conserva la mayor cualidad de los Flaming Lips, ese algo indefinible, el motivo por el cual perdonamos todos sus excesos. Y es que a estas alturas de una carrera impredecible como pocas, estos cuarentones de joven corazón aún son el perfecto antídoto frente al cinismo dominante.
Por supuesto, el más importante de estos "palabros" es el posmodernismo, común a la sociología y las demás artes. Su influencia se palpa en muchos géneros, y la desconfianza hacia los pensamientos totalizadores es una de sus principales características. Por eso cuesta tanto llegar a una definición exacta. La más clara manifestación posmoderna en la música popular se produce cuando el compositor adopta un punto de vista muy similar al de un científico. Me explico. Ya no se trata de argumentar un discurso coherente con una finalidad concreta (que la gente baile, sienta, se rebele o piense), sino de combinar estilos hasta obtener un resultado que no responde a una lógica establecida por terceros. Lo que Frank Zappa, John Zorn o Ween han aportado a este concepto es un saludable acercamiento al pop-rock (y en ocasiones el jazz).
Acabo de regresar de Huesca, donde he asistido al VII Congreso de Periodismo Digital. En el Centro Cultural del Matadero, nada menos. A mí me ha aportado bastante, pero creo que resulta significativa la confusión que existe en torno a ciertos conceptos, como el de periodismo ciudadano.